IX
En el Monasterio Tibetano de Austria
Desde el silencio de la noche
solo puedo dar testimonio de la inmensidad que me rodea.
Más que preguntarme las razones de la vida,
me quedo absorta contemplando el movimiento
y el esplendor de este vacío.
En cada gesto, cada palabra;
en todas las miradas y los labios,
la misma sensación de plenitud y eseidad.
Rendirse al devenir... y vivir en alegría.
Como si el vacío estuviera hecho de algodones
y cada encuentro desprendiera el aroma
de los crepúsculos y las despedidas.
Todo como una misión y una entrega eternas.
A veces, como hoy, la humanidad me penetra
hasta llorar de fragilidad e inocencia.
Me pregunto si el amor está presente
en los ropajes y los alimentos que recibimos,
y de estarlo, por qué tanto dolor y oscuridad.
Siento que es momento de cerrar los ojos
y dejar que mi corazón nombre el atardecer.
Contemplo en la grandiosidad de la existencia,
un silencio que se derrite, como el hielo transparente,
en el sufrimiento de quienes esperan también de mi,
una palabra que no me pertenece.