Para que la espiritualidad no me separe ni me aleje del mundo, hago silencio y dejo que de mi corazón surjan los sentimientos que no puedo retener con la voluntad. Reconozco en este dolor que expreso, las hondas y primitivas raíces que me colman de miserias y alientan la percepción del fundamento de toda existencia.
En mi práctica de hoy, la soledad me invade.
En cada âsana, mi cuerpo se ajusta mientras lo percibo ausente y fijo mis ojos en un centro completamente invisible.